A 45 años del asesinato de Sergio Karakachoff en la ruta 36

El 10 de Septiembre de 1976 fue secuestrado en La Plata por una banda armada de la última dictadura cívico militar el abogado y dirigente radical Sergio Karakachoff, junto a él también Domingo Teruggi, su socio en un estudio jurídico platense y compañero de militancia estudiantil. Ambos aparecieron muertos a balazos en la vera de la ruta 36, entre las localidades de Bavio y Arditi, en Magdalena. Karakachoff, figura relevante de la Juventud Radical en la década del 60, fue fundador de Franja Morada y del Movimiento de Renovación y Cambio, junto a Raúl Alfonsín, también fue defensor de presos políticos, abogado laboralista y se enfrentó al ala antiperonista y conservadora de la UCR que encarnaba Ricardo Balbín.


El dirigente radical, abogado y periodista Sergio Karakachoff fue asesinado hace 45 años -un 10 de septiembre de 1976- por efectivos de la represión ilegal que 24 horas antes lo habían secuestrado en su estudio de la ciudad de La Plata, un acto de terrorismo de Estado que permanece impune y del que también fue víctima su socio y militante socialista, Domingo Teruggi.

“Sergio encarnó los ideales de democracia y justicia como lo hicieron pocos. Fue el mejor de nuestra generación y sus asesinos tenían perfecto conocimiento de a quién mataban”, señaló hace algunos años el exdiputado nacional por la UCR Federico Storani, quien militó junto a Karakachoff en sus tiempos universitarios.

Karakachoff nació en 1939, en La Plata; hizo el secundario en el Colegio Nacional Joaquín V. González y en 1965 se recibió de abogado en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata en la capital bonaerense, donde también estudió periodismo.

Militante de la UCR desde muy joven, fundó a fines de los ’50 la Federación de Estudiantes Secundarios y luego, como estudiante, participó de la fundación de Franja Morada, la agrupación radical universitaria que se formó en los ’60 con el objetivo de ganar la FUA.

Como abogado representó a trabajadores y presos políticos, y como periodista integró las redacciones de “El Sureño” de Bahía Blanca, Correo de la Tarde y La Calle, que resultó clausurado durante el gobierno de Isabel Perón.

El “Ruso”, como lo apodaban sus compañeros de militancia, participó de la fundación, en 1968, de la Junta Coordinadora Nacional, el organismo que nuclearía a los grupos juveniles del radicalismo que intentaban reorganizar el partido tras el derrocamiento del presidente Arturo Umberto Illia a manos del general Juan Carlos Onganía.

Esa iniciativa contó con el respaldo de dirigentes juveniles como Luis «Changui» Cáceres, Marcelo Stubrin, Juanjo Cavallari, Ricardo Campero, Héctor Velázquez, Mario Losada, Ramón Mestre, Jorge Wandelow, Guillermo Aramburu y Néstor Golpe, entre otros.

Cuatro años después, Karakachoff acompañó la conformación del Movimiento de Renovación y Cambio, la linea partidaria con la que Raúl Alfonsín intentó disputarle la conducción del radicalismo a Ricardo Balbín.

Tras el golpe del 24 de marzo de 1976, Karakachoff se dedicó a defender causas de derechos humanos y juicios laborales en La Plata, ciudad que durante los ’70 vivió un período de alta conflictividad, en función de su composición universitaria y su actividad gremial fabril.

El 9 de septiembre, un grupo conformado por efectivos de las fuerzas de seguridad y civiles armados que se desplazaban varios autos, ingresaron en el domicilio de Teruggi, donde vivía junto a su esposa e hija y lo secuestraron.

Antes, un comando se hizo presente en la guardería a la que concurrían las hijas de Karakachoff, y ante esta situación, las autoridades del establecimiento educativo le avisaron a la esposa del letrado radical, Marimé Arias Noriega, quien intentó poner sobre aviso a su marido sobre lo que ocurría.

Karakachoff se presentó en su estudio y allí se enteró de que Teruggi había sido secuestrado, y a pesar de las advertencias, decidió ir al domicilio de su socio, donde los represores lo secuestraron.

Los cuerpos de los dos abogados aparecieron ametrallados en la orilla de la ruta 36, en una zona rural del partido de Magdalena.

Un mes después, moriría en la cárcel de Devoto el ex diputado nacional por Chubut Mario Abel Amaya, como producto de las torturas sufridas durante su cautiverio.

Ambos abogados y militantes de la misma línea interna del radicalismo fueron las dos víctimas que se cobró el accionar criminal de la última dictadura cívico militar.

Sobre los autores del crimen de Karakachoff, algunos investigadores conjeturaron que los asesinos pudieron pertenecer a la banda parapolicial de la Concentración Nacionalista Universitaria (CNU). Un grupo muy activo en La Plata durante el Gobierno de Isabel Perón, y cuyos integrantes se sumaron al aparato del terrorismo de Estado tras el golpe.

“Se habla de la CNU, pero para mí, los asesinos de Karakachoff fueron la patota del Batallón de Infantería de Marina 5, ubicado en las cercanía de La Plata”, conjeturó a cuatro décadas y media de estos crímenes Leopoldo Moreau, ex legislador de la UCR.

A pesar del Estado de sitio y la represión imperantes, una multitud de militantes y dirigentes del radicalismo concurrió al sepelio de Karakachoff, entre los que se destacaron las presencias de Ricardo Balbín y Raúl Alfonsín, que siete años después sería presidente constitucional de Argentina.

“Se trató de una manifestación silenciosa y espontánea que desafió al régimen. Hubo efectivos policiales y gente vestida de civil que hizo disparos al aire con la intención de dispersarnos, pero no lo lograron”, evocó Storani, único orador durante el velorio de su correligionario asesinado.

“Sergio fue un hombre comprometido, alguien que abrazó la causa popular y respetado por los militantes de todas las fuerzas, incluso desde los sectores más combativos del peronismo”, sintetizó Moreau en 2016.

En los procesos de la verdad iniciados en 2000 con el propósito de conocer el destino de las víctimas del terrorismo de Estado se analizó el caso de Karakachoff, pero no se pudo obtener precisiones sobre los autores de su asesinato. Tampoco en los varios juicios de lesa humanidad que se sustanciaron en La Plata durante los últimos años se pudo conocer la identidad de los culpables.

“Un militante no es un héroe. Simplemente quiere vivir. Simplemente no se conforma con aceptar lo que otros han decidido ya con su vida, su futuro, sus módicas ambiciones y su muerte”, escribió alguna vez Karakachoff, quien vivió y murió por sus convicciones.

Fuente: Télam


Acerca de la Violencia

por Sergio Karakachoff
Agosto de 1976 *

El propio Presidente de la Nación sostuvo hace pocos días en Puerto Iguazú, en el confín de la República, que en Argentina rigen plenamente los Derechos Humanos, denunció también una campaña de difamación contra nuestro país en el exterior.

Cabe frente a esto preguntarse: ¿Quiénes difaman? ¿Los que matan o los que denuncian las muertes?

La preocupación del General Videla es loable, pero requeriría un mayor empeño –y no decimos que no lo haya, pero es obviamente insuficiente- para aprehender a los culpables del desprestigio internacional del país y de la conculcación evidente de los Derechos Humanos.

La necesidad de frenar el deterioro de la confianza ciudadana mediante una firme conducción, que devuelva al Estado la plenitud de los atributos que lo caracterizan, ha sido reiterada desde diversos medios de opinión. Y ninguno de ellos puede siquiera ser sospechado de concomitancia política o ideológica con la otra forma de terrorismo.

Esta coincidencia de criterios surge de la atenta lectura de sendos discursos del Presidente, 30 de marzo («sólo el Estado habrá de monopolizar el uso de la fuerza»); del comandante de Aeronáutica, Brigadier Agosti («que el monopolio de la fuerza sea ejercido por el Estado y puesto al servicio de los intereses permanentes de la Nación») y –en definitiva- del jefe supremo de la Marina de Guerra, que en posterior declaración hizo suyos los conceptos del titular de la Aeronáutica.

Todos de acuerdo en los conceptos. Falta que las acciones se encaminen a la concreción de los mismos. Es el clamor popular. Es la única salida. Caso contrario nadie tiene derecho a quejarse de pretendidas campañas difamatorias.

Por otra parte, la falta de difusión de diversos hechos –y los nombres que no se han dado de los muertos de Pilar son unas entre tantas omisiones- pone una sombra de dudas sobre el real propósito del gobierno de terminar con esta lacra. ¿Por qué no se publican estos datos?

¿A quién se beneficia con el silencio? Sería bueno que el Presidente de la Nación dedicara aunque más no fuera, breves conceptos a responder estas acuciantes preguntas. Los ex legisladores de la UCR han aparecido. En un confuso episodio se los rescata por parte del Gobierno, de manos de delincuentes a los doctores Solari Yrigoyen y Amaya. Y como corolario de este lamentable episodio, ambos son arrestados y puestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional.

¿Quién los tuvo? ¿Para qué los tiene ahora? ¿No los rescataron de manos de delincuentes? Esperamos también una respuesta a esto.

El secuestro de los ex legisladores de la UCR, Hipólito Solari Yrigoyen y Mario Aabel Amaya, juntamente con la aparición de 30 cadáveres dinamitados en la localidad de Pilar, a pocos kilómetros de la sede del Gobierno Nacional, han sido los picos fundamentales de la escalada terrorista de los últimos años.

Pero hay otro que nunca ha tenido baja alguna, ni mucho menos aún, siquiera un apresado o detenido. Y no cabe duda que este terrorismo hace más daños al país que el otro, el definido y perseguido. Porque aquél –el que secuestra a los legisladores radicales, entre otras muchas personas-, es el que siembra la duda sobre la real acción de las Fuerzas Armadas y de Seguridad a favor del orden y la paz perturbadas.

Recientemente, el Episcopado Argentino se ha reunido, con la presencia del representante papal, para pedirle el esclarecimiento de los hechos que también han costado la vida de varios sacerdotes en Buenos Aires y La Rioja, y también para manifestar todos los hechos similares ocurridos en el país.

* Artículo redactado por días antes de ser asesinado y publicado en el N° 2 de «La Causa».