Pablo Briguez y sus cuentos de Magdalena escritos en pandemia

ENTREVISTA / CUENTOS – Durante estos meses de aislamiento Pablo Briguez, arquitecto de profesión, lector y cinéfilo por afición, fue desgajando a través de publicaciones en Facebook una serie de relatos ficcionales, a veces con algún trasfondo verídico, agrupados bajo el título de “Cuentos de Magdalena en la sombra”. Pequeñas historias ocultas de un pueblo bonaerense en tiempo pretérito, que en un principio buscaron ser guiones de historieta y vieron la luz como posteos de texto en la reclusión obligada de un otoño e invierno excepcionalmente extraños.

InformadorMgd: Bueno, en principio quisiéramos saber cuántos años tenés, a qué te dedicás, cuánto hace que vivís en Magdalena

Pablo Briguez: Tengo 44 años, soy arquitecto, soy de Magdalena, nací y viví casi toda mi vida acá, salvo por un lapso en que estuve estudiando en La Plata y cuatro o cinco años que viví en Capital.

IMgd:¿Cómo surgieron los cuentos que estás publicando en Facebook?

P.B.: Los cuentos de Magdalena en la sombra nacieron en realidad como una especie de proyecto de comic policial que transcurría en Magdalena y el origen es aproximadamente del año 2000 o 2001.

IMgd: ¿Entonces fueron pensados como guiones para otro tipo de soporte narrativo?

P.B.: Sí, la intención era que fueran un comic y más allá de que se transformaron finalmente en cuentos, mi idea es que eso en algún momento pueda ver la luz como una historieta o una novela gráfica.

En Argentina siempre fue muy valioso el trabajo de las historietas y yo me crié dentro de un mundo con un consumo importante de comics nacionales. Sin haber sido contemporáneo al momento de auge del género sí pude tener acceso a mucho de ese material y particularmente es algo que a mi me gusta. Creo que los cuentos de Magdalena en la sombra tienen muchos lugares y cosas que se podrían relatar con dibujos.

IMgd: Al leerlos surge inevitablemente la pregunta de si se trata de historias reales o son relatos ficcionales.

P.B.: Todas las historias son ficcionales, pero dentro de esas ficciones hay algunos hechos, sobre todo previos a lo que se narra en los relatos, que son situaciones reales vividas, propias o ajenas, pero la trama en sí es siempre una ficción.

IMgd: Otros interrogantes que aparecen es si son cuentos que escribiste vos, si lo hiciste ahora, o si son cuentos encontrados que recuperás del olvido ¿cómo es?

P.B.: El primero de los cuentos es del año 2000 o 2001, quedó en un solo cuento pero yo siempre lo había planeado como el primer relato de una serie sobre cosas que habían sucedido en Magdalena y de las que nadie se había enterado o anoticiado nunca. El resto lo escribí ahora durante la cuarentena, los seis restantes que pertenecen a esta zaga están escritos en este tiempo.

En realidad lo que hice, para cerrar un poco la idea de la ficción, en una especie de preludio de estos cuentos que hasta ahora son siete, es contar que se encontraron en la casona donde se pensionaba Ledesma, en una caja con un montón de papeles que costó mucho recuperar.

Me inspiré un poco en el incio de una novela de Umberto Eco, El Nombre de la Rosa, donde él decía que había encontrado unos libros que hablaban de los hechos relatados, de esta manera le daba una suerte de veracidad a lo que se cuenta en la ficción. Entonces, en una especie de homenaje a eso, la intención fue contar que esos cuentos habían aparecido en una caja, muy deteriorados, y la función mía era recuperarlos, reescribirlos. Esa es un poco la idea inicial de toda la serie de relatos.

IMgd: Hay unos personajes protagónicos que se repiten ¿quiénes son?

P.B.: Los personajes centrales de la historia son Fantini y Ledesma.

Fantini fue un periodista que tuvo en Magdalena un periódico que se llamaba Ruta 11. Fue una persona real que yo tomé como personaje para estas historias exactamente como era, un periodista.

Por otra parte aparece el contrapunto que es Ledesma, un personaje ficcional que es un joven, en principio estudiante de abogacía, que tiene sus padres viviendo en el campo y se viene a Magdalena a una pensión que está en la calle Rivadavia, en realidad hoy es una casa donde funcionan unos estudios de abogados y en la ficción es una pensión de una señoras mayores que le dan una habitación para vivir.

IMgd: Hay algunos relatos, como en el caso de “El cobro”, donde parecieras querer intervenir sobre cuestiones políticas o económicas del pasado ¿es así?

P.B.: El cobro es un cuento corto escrito pensando en la década de los 90. Ahí hay cuestiones políticas, si se quiere, que tienen que ver con la privatización de los fondos de los jubilados para un uso privado y especulativo, a lo que no adhiero.

Esa idea de una Argentina financiera, especulativa, nunca me gustó, y un poco la justicia que se hace en el relato es en referencia a eso, al uso especulativo de los fondos de las personas que trabajaron durante un montón de años.

Hay un poco de historia personal porque lo que le dicen a uno de los personajes, que le iban a devolver la plata que habían invertido de él, a partir de los 70 años, en cuotas es algo que yo viví personalmente por mi papá, no por una jubilación sino por una pensión. Al fallecer él tuve que hacer todos los trámites y fue lo que me dijeron en la AFJP en ese momento.

En sí ese cuento, si tiene alguna connotación política la tiene en contra de aquella época de los 90 y principios de los 2000 y el neoliberalismo, que es algo que yo no comparto. Hace poco tiempo tuvimos también 4 años de esa misma “medicina”. En realidad el acto de revancha o de justicia que hay en ese cuento tiene que ver con esa situación.

IMgd: Parece una linda historia para llevar a la pantalla.

P.B.: Sin conocer mucho del tema justamente a ese cuento le veo situaciones cinematográficas, entiendo que tiene una historia que es posible de trasladar a un corto, desde mi humilde opinión de espectador de cine.

¿Pensaste en publicar un libro o quizás en avanzar en el trabajo con un dibujante o realizador de cine?

P.B.: En realidad no supe qué hacer con todo ese material escrito hasta que la gente de Amigos del Patrimonio Histórico en Magdalena, un grupo en al que pertenezco por mi profesión de arquitecto, empezó a hablar de publicar en las redes testimonios, historias, cuentos sobre Magdalena.

Entonces les dije “yo tengo esto” y les mostré el primer relato de Fantini y Ledesma, les gustó y lo publicaron en Facebook. A partir de ahí me entusiasmé y empecé a buscar otros relatos, a contar otras historias dentro de esa zaga y lo que hice fue empezar a publicarlos en mi perfil personal.

Nunca se me dio por pensar en publicarlos como libro, sí, como ya dije, al principio me interesaba trabajarlos con un dibujante. Igual, con la repercusión que tiene en las redes ya estoy satisfecho, eso me reconforta y estimula para seguir contando estas historias, para mí es un ejercicio entretenido y lindo de hacer. Aunque, quién te dice, quizás aparezca el o la dibujante para las Historietas de Magdalena en la sombra.

Facebook de Pablo Bríguez: https://www.facebook.com/pablo.brgz


EL COBRO

Por Pablo Brigez

El hombre de guardapolvo azul barría como todos los días la plaza del pueblo. A poco para jubilarse, pensaba mientras empujaba las primeras hojas del otoño, que iba a hacer de sus días cuando dejara de levantarse cada mañana y hacer el mismo ritual de siempre. No lo iba a extrañar. Sabía que no pasar más la baqueteada escoba le iba a dejar tiempo suficiente para su gran pasión, la pesca.

Goro, como lo conocía todo el pueblo, tenía otra preocupación. Había pasado hace unos años del sistema estatal a las administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones y si bien, le habían prometido una considerable ventaja producto de la ganancia de las inversiones, en los últimos días había recibido la noticia de que su jubilación iba a ser la mínima y que aquellas ganancias las iba a ver recién a partir de cumplir los 70 años y encima distribuidas en cuotas. Era una estafa, pensaba. Había decidido ese día hacerse una escapada de su trabajo y encarar nuevamente a la secretaria de la oficina de la AFJP que se había instalado frente al banco, y reclamar, mostrando los papeles que él había firmado al realizarse el traspaso.

La respuesta fue la misma de siempre, la letra chica del contrato fue algo que escapo a su vista.

Salió puteando. Raulito, el ciego del pueblo que estaba sentado al sol en un cantero frente al local, lo escuchó.

-¡Epa! , se le habrá escapado. Le dijo.

-Hola Raul, ¿Cómo le va?, discúlpeme es que estoy un poco caliente.

-No se preocupe, ¿a usted también lo cagaron? Tengo una sobrina que encima que le aumentaron la edad de jubilación, le dijeron que solo le van a pagar una parte cuando se jubile. Son unos ladrones.

Goro solo asintió.

-¿Va para la plaza?, ayúdeme y de paso le cuento algo.

Cruzaron la calle de la mano y se sentaron en un banco frente al bar.

-Tengo algo para proponerle, dijo Raulito a quién un ladrillo mal abarajado en sus días de albañil, lo había puesto en la oscuridad. Todos los últimos viernes de cada mes, llega a la oficina un tipo con un auto nuevo. Luego sale va al banco y termina su recorrido en el bar. Se toma un cortado con dos medialunas y se va.

-Pero, ¿como sabe todo eso usted?, dijo Goro sorprendido.

-¡Estoy ciego, pero tengo oídos mijo!. Me tomo mucho tiempo armar toda la rutina, pero créame que este tipo le es fiel a las costumbres como yo a mi bastón.

Raúl le contó todo el detalle de lo que el hombre hacía desde el momento que estacionaba hasta que salía del bar. Pudo detallar cosas que había escuchado de los dueños de la casa de deportes que estaba pegada a la AFJP. Era un abogado de La Plata que se había instalado y venía a finde cada mes
al banco a renovar unos plazos fijos. Supo por el farmacéutico de la esquina que además de las jubilaciones, administraba por detrás, una mesa de dinero y prestamos medios usureros.

-Necesito su ayuda, concluyó.

-pero no entiendo, dijo el placero acodado en su escoba. ¿Qué quiere hacer?

-quiero que mi sobrina recupere la plata que trabajo, ¿usted no quiere recuperar su plata?

-¿Usted esta loco, quiere afanarle a este tipo?

-Afanarle no, solo es recuperar lo nuestro.

El ciego paso media hora contando su minucioso plan, mientras los taxistas cercanos no imaginaban siquiera lo que ambos tramaban. Al hombre del guardapolvo azul le pareció que la idea no era mala. Decidió aceptar.
Durante un par de meses se juntaban en el bar y repasaban cada uno de los detalles. Goro seguía al pie de la letra cada una de las indicaciones que el ciego le daba.

Una mañana fría de junio el abogado estaciono como siempre su coupé Fuego frente al local, saludo a su secretaria, levanto unos papeles y de la caja fuerte sacaba unos cuantos dólares que dejaba en su portafolios negro. Se dirigió al banco como todos los últimos viernes, levanto los intereses, renovó las cuentas y terminado el tramiterío, salió rumbo al bar.

Tomo la mesa habitual, le hizo la misma seña al mozo del bar que ya sabía que debía llevar: un cortado, dos medialunas y un vaso de soda. Antes de terminar, dejo sus pertenencias y se marchó al baño tranquilo. Luego llamó al mozo, le pago dejando la exacta propina, saludó al ciego que estaba sentado siempre junto a la ventana y se fue.

Minutos después, Raúl se levantó, dejo pago el café bajo el pocillo, estiró su bastón y se abrió paso entre las mesas buscando la salida. Segundos después de dejar el bar, entró Goro con la misma bolsa de mandados que usaba para llevar el pan a su casa cuando el trabajo estaba terminado, ocupó la mesa de Raúl y pidió un pebete con una gaseosa.

Cuando el mozo salió hacia el fondo para atender a los de la cantina, Goro metió las manos bajo la mesa y desprendió las chinches que sujetaban tres tiras de soga de cortina de enrollar, que ocultaban un maletín negro de cuero, que Raúl había cambiado cuando el abogado fue al baño. Lo guardó dentro de la bolsa y lo tapó con la campera. Termino incomodo el pebete que medio de los nervios se le atragantó. Subió a su bicicleta y rajo para su casa. Ya tranquilo en el fondo, desarmó con el hacha el maletín y sacó los dólares que seguramente el abogado, ahora desesperado, buscaría entre papeles de diarios.

Semanas después, y movido por la denuncia, algún policía reconstruyendo el recorrido que había hecho el letrado, encontró al ciego sentado en la mesa de siempre del bar.

El ciego, ante la estólida pregunta del vigilante, sonriendo, solo respondió:
-No sé, yo no vi nada.



Entrevista: José Luis Meirás