Por María G. Rosales
“La Prensa es de ellos, las paredes son nuestras” reza una consigna popular. Pero ¿Qué pasa cuando la utilización de la pared coincide con el monstruo que vende sobre nosotras y nosotros la prensa? ¿Cuán influenciados o dirigidos estamos por el bombardeo constante de los grandes medios de comunicación?
Recientemente, una actividad feminista se deshojó en violencias que, aunque son fácilmente justificables, atrasan, mancillan y bastardean el inmenso trabajo realizado. ¿Cómo es, entonces, que se entiende que luchadoras por los derechos de todas y todos terminen envueltas en discursos odiantes y destructivos que no espejan con la realidad local? ¿Cómo es que surge del seno de organizaciones amorosas el germen de la propia caída ante la opinión pública? Simple: las paredes son nuestras pero su prensa (y sus redes) nos alimentan desde que abrimos los ojos con la idea de la oposición, con el enfrentamiento vano entre las y los de abajo, con la creencia de un “elles” y un “nosotres” entre la gente de a pie cuando la única verdad es la realidad y ésta grita que todos y todas arañamos, con suerte, la canasta básica e intentamos tomar decisiones que no terminen con nuestros huesos en el hospital.
En el medio, luchamos por el reconocimiento de derechos y ¿qué mejor para retrasar esas batallas que el desprestigio de nuestras causas a manos de sus propias guerreras y guerreros?
La mala utilización de la pared, el uso liviano de la violencia, son reflejos de cómo el poder real condiciona a través de sus agentes masivos las mentes menos atentas, y esa falta de análisis se traduce en la utilización política del stablishment para dañar una causa absolutamente válida, para ensuciar a luchadores y luchadoras reconocidas, para enfrentarnos, otra vez, entre los de abajo.
Una pared puede limpiarse en un momento, pero si no entendemos que en Magdalena una pared puede ser martillo para nuestra lucha, es que dejamos que colonicen nuestras mentes y ofrecimos nuestras manos para que el poder real escriba con ellas.