EL CAPITÁN
Por Pablo Briguez
La vieja rastrojera se abría paso por la única mano del camino costa sud. Osmar, su prima y su cuñado van camino a Payro dejando una estela de tierra a su paso. Perdido en sus pensamientos apenas se da cuenta que un Peugeot 504 negro ocupa descortés el ancho del camino, casi sin dejar lugar para el paso. Tuvieron que aminorar la marcha y al cruzarse, los ocupantes del Peugeot observaron a su paso la camioneta, con un detenimiento obsesivo que generó en todos, una fuerte sensación de miedo que nunca más pudieron olvidar.
Al retomar la huella, Osmar volvió sobre sus recuerdos y se dibujó sobre su memoria aquel domingo de noviembre cuando viajaban por ese mismo camino junto Octavio y Esther rumbo a Pipinas, para disputar el partido final del campeonato de 1974 contra Corcemar.
Osmar y Octavio, además de primos, eran muy buenos amigos. Solían encontrarse en La Plata en los momentos que sus estudios se lo permitían y los domingos, en la cancha, donde compartían el sector derecho de la defensa del Deportivo Payro.
Osmar era un lateral de recursos limitados. Aunque la entrega y el esfuerzo no le iban a faltar, sabía que se apoyaba en su primo, que además de ser, un back central de esos con categoría para salir jugando y tiempo para los cierres a la espalda, era la voz de mando adentro de la cancha. Él era, el capitán.
Salieron al campo de juego con la convicción de siempre, y aunque el partido iba a ser duro, creían tener las mismas posibilidades que su rival.
No pasaron mayores riesgos, el partido se había vuelto muy trabado en el mediocampo. El wing izquierdo era rápido, pero Osmar lo controlaba anticipando, y cuando se escapaba de su marca, sabía que no tenía oportunidad ante el cruce de Octavio.
Cerca del final el primer tiempo, el 10 de Corcemar tomó una pelota fuera del área grande y sacó un zurdazo en dirección a Osmar, quién en un impulso cruzó su brazo sobre el pecho y fue justo ahí, donde vino a dar el balón. Penal.
Las quejas y las protestas al árbitro, por la mano mal cobrada, le llegaron de todos lados. El diez cambió el penal por gol. Uno a cero abajo. La tarde que había arrancado soleada se cubría de nubes al llegar el final de la primera parte.
Adentro del vestuario no se escuchó otra voz que no fuera la de Octavio, alentando y apoyando a cada uno de sus compañeros. No necesitaba levantarla, tenía una capacidad innata de liderazgo, esa que no suele verse en todas las personas. Salieron a la cancha animados y con la confianza de remontar el resultado.
No habrían pasado 15 minutos cuando Octavio le ganó en el salto al centrofoward y el cabezazo le cayó al insider derecho, quién apenas en dos movimientos controló la pelota y eludió al lateral que le había salido al cruce, para luego sacar un remate con destino al arco. La pelota, en su trayecto, se detuvo en el brazo extendido del back izquierdo, justo afuera del área. El juego se detuvo por un instante ante una falta tan clara, pero en ese momento se escuchó la voz del árbitro gritando: ¡siga, siga! Era una vergüenza.
Todos los jugadores del Deportivo se le fueron al humo. En el tumulto de protestas el árbitro levantó la tarjeta roja señalando al 4. Osmar desencajado por la injusticia, descargo una trompada sobre el rostro del juez antes que sus compañeros pudieran evitarlo. Camino a las duchas pudo escuchar las quejas del réferi, que lo seguía unos metros más atrás y le indicaba a un policía que estaba dentro de la cancha, que custodiara la puerta del vestuario y no le permitiera salir.
Todos sabían que la otra profesión del hombre de negro era la de policía en la ciudad de La Plata. Estaba claro que pretendía que Osmar fuera preso, por agresión a la autoridad.
El partido terminó con un polémico 1 a 0 en el marcador. Afuera de los vestuarios reinaba la confusión. Adentro, Octavio llevaba calma a sus compañeros pues el árbitro había mandado a traer el móvil policial para consumar el arresto de Osmar.
-¡De acá no se llevan a nadie, o nos vamos todos juntos o no nos vamos!, dijo el capitán firme pero sereno. Él nunca iba a dejar abandonado a un compañero y Osmar lo sabía mejor que nadie.
Mientras todos se cambiaban Octavio salió y apartó al policía que estaba en la puerta arriándolo hacia donde estaban el árbitro junto a algunos dirigentes de ambos clubes que trataban de disuadirlo de su idea.
Aprovechando la distracción y el tumulto, Osmar salió oculto entre un grupo de compañeros y algunos conocidos que habían ido a ver el partido. Cruzaron el campo de juego, pasaron el alambrado por un hueco que había junto a un poste y se escaparon en una camioneta que los esperaba afuera de la cancha. Viendo toda la escena y ya seguro de que su primo no corría peligro, Octavio subió a su Citroën y se fue junto a su novia Esther.
Osmar vuelve de sus recuerdos y a lo lejos, en el camino, ve la figura de su padre esperándolos en el sulky. Aunque no dice nada y salen rumbo al campo con la excusa de colaborar en una carneada, Osmar secretamente va en busca del encuentro con su primo, un encuentro que nunca ocurrirá.
A Octavio se lo llevaron un 12 de agosto de 1977.
DEDICADO A LA MEMORIA DE ALCIDES OCTAVIO BARRENESE.
NUNCA MÁS