La pieza perfecta

Hoy 16 de Junio con motivo de cumplirse el 65 aniversario de los bombardeos a Plaza de Mayo de 1955, publicamos un cuento del arquitecto y cuentista magdalenense Pablo Briguez. Basado en una historia real.

LA PIEZA PERFECTA

por Pablo Briguez

Agustín apenas tenía 20 años, un puñado de sueños y mucha vida por delante. Trabajaba como tornero en la sección de mantenimiento de la Base de Punta Indio, donde junto con otros compañeros formaban un equipo muy bien catalogado dentro del personal civil. Él solo hacía lo que tenía que hacer, era metódico y detallista para trabajar y cuidaba muy bien su torno en el que pasaba muchas de sus horas de trabajo.

Una mañana de finales de mayo, Agustín llegó a su trabajo y los oficiales a cargo le dijeron a toda la división que tendrían una reunión. Entraron al salón, se acomodaron todos en sus butacas y la charla se vio interrumpida por el ingreso de los oficiales acompañados por dos personas que no conocían.

Se trataba de dos técnicos ingleses que venían a colaborar en unas modificaciones necesarias en los AT6 y traían consigo los planos de unas piezas que ellos deberían fabricar. Estuvieron casi media hora explicando el tipo de material y las características de la pieza a realizar. Agustín en su cabeza ya la estaba construyendo.

Esa mañana comenzaron los preparativos para la construcción de cuarenta piezas. Los planos fueron entregados a cada uno de los operadores con orden irrestricta de no poder salir de la dependencia.

Agustín y sus compañeros se concentraron en el corte de cada uno de los elementos que la compondrían. Una vez repartidas las diferentes piezas a mecanizar cada uno se concentro en su torno y su trabajo, tenían menos de un mes para terminar las adaptaciones.

Varios días de trabajo exhaustivo y medido le llevo preparar los primeros modelos de los dos que le tocaba realizar, para después hacer el ajuste preciso de milímetros de viruta de hierro en las roscas. Era el trabajo que mas le gustaba, estar concentrado en su torno y decirle a la maquina como tenía que quedar el resultado final.

Lo que modificó el panorama de los habituales días de trabajo, eran las inspecciones periódicas de los ingleses, que median y controlaban cada una de las piezas. Eso llamó la atención de Agustín que no dejo de notar el recelo que había y la importancia sobre esas piezas. Aun así, continuó trabajando con la misma eficacia de siempre.

Una tarde volviendo del trabajo en el tren, escucho una conversación sin querer de dos oficiales que iban sentados en los asientos de adelante. Lo creyeron dormido. Cuando el tren llego a destino, los dejo bajar del vagón y solo ahí se incorporó. Volvió a su casa preocupado. Esa noche le costó mucho dormir.

A la mañana siguiente, se levantó sabiendo que debía hacer. El día transcurrió normal y rutinario para todos, salvo para Agustín que llevaba oculta muy adentro una adrenalina molesta, tan adentro como los planos que llevaba bajo su pantalón.

Esa noche estudió mas aún los planos de lo que los conocía, paso las horas midiendo y calculando las posibilidades que tenía. No quería fallar.
Al otro día, devolvió todo a su lugar, mientras trabajaban y aislados por el ruido de las maquinas, hizo un alto en su trabajo y habló con un compañero y amigo para contarle su plan, sabía que él, era el único en quién podía confiar. Le explicó los detalles y le pidió que le pasara sus piezas de a una, porque solo él sabía el detalle y no quiso dejar ninguna prueba en papel. Todo estaba en su cabeza.

Trabajo todo ese día sin parar, tuvo que venir el oficial a cargo a decirle que parara, que ya era hora de terminar. De pasada lo palmeo a modo de felicitación por su esfuerzo.

Al día siguiente, las cuarenta piezas estaban listas, entre esas las de Agustín y su amigo. Los ingleses inspeccionaron todo al milímetro y felicitaron a todo el equipo, el trabajo estaba listo. Cuatro piezas perfectas. Solo quedaba instalarlas en los AT6.

Esa mañana de junio de 1955, amaneció con una neblina que no dejaba ver nada. Dejó su bicicleta en la estación, saludó al guarda como siempre y tomo el tren al trabajo. Los aviones que debían despegar temprano y recién lo pudieron hacer cuando la niebla despejó. Con la excusa de un arreglo, se metió en el sector de comunicaciones. Allí pudo escuchar más tarde, por la radio, el anuncio que las naves seis y trece debían abortar la misión por fallas. Sonrío.

Horas después, licenciaron a todo el personal y camino a casa, sabiendo la noticia que llegaba desde Buenos Aires al audífono de su Spica, no pudo sentir otra cosa que un dejo de tristeza por lo que pasaba, pero por otro lado se alegraba, porque su plan había sido un éxito.

Esas naves nunca iban a poder participar de aquel acto cobarde sobre la plaza. Porque es de cobardes matar gente inocente, pero aún más cobarde, es hacer participar a otros inocentes de sus actos de cobardía.

Dedicado a Pocho.

Basado en una historia real.