Empezó uno de los juicios por Sebastián Nicora, asesinado en 2013 en Punta Indio

El martes pasado inició en La Plata el juicio contra el médico policial José Daraio, que encubrió y manipuló las pruebas en el cuerpo de Sebastián Nicora, el joven de 16 años asesinado de un balazo 9 mm el 15 de febrero de 2013 en la playa El Pericón de Punta del Indio. El perito forense está imputado por falso testimonio, a pesar de que la familia del joven lo denunció por encubrimiento. La historia de la causa y de Fernanda Nicora, madre de «Sebas», que murió en 2017 reclamando justicia. Los roles de la policía, de la fiscal y de la expareja de Fernanda en la causa.

Por Julián Axat *

A Fernanda Nicora, en su memoria

“Fueron hallados varios cuerpos NN sobre las playas de Punta Indio”. Así titulan algunas crónicas policiales de recortes de diarios de 1977 que todavía poseo en mi archivo. Si no fuera porque una base aeronaval se encuentra a menos de un kilómetro y porque todo lo que es arrojado desde los aviones, el río lo devuelve a sus costas, no podría dar por sentado que, en ese lugar, se esconde algo ominoso que se proyecta sobre el presente. Pues exactamente 36 años después, en el mismo lugar que llegaban esos cadáveres de personas desaparecidas que eran arrojadas al río por los vuelos de la muerte, apareció el cuerpo sin vida de un adolescente de 16 años, con signos de violencia.

Esto sucedió la mañana del 15 de febrero de 2013. Y el cuerpo era el de Sebastián Nicora.

Un cuerpo hallado en una playa

Al balneario “El Pericón” se ingresa por la Ruta 11, en un tramo de ripio duro y agrietado. Después de unas pocas cuadras de tierra y arena se desemboca en el Río de La Plata. La playa tiene unos 500 metros de ancho por otros 30 de largo.

El 14 de febrero Sebastián tomó prestado el morral de su mamá y salió temprano, sin avisar. Tomó el Costero del Sur que recorre los 20 kilómetros entre Verónica y el balneario “El Pericón”. Viajó con Santiago, un amigo un año menor que él.

Esa misma noche, después de las 22, Sebastián ingresó solo al único parador del lugar y preguntó si podía pedir algo para comer. Se quedó mirando la tele y le comentó a la mesera que estaba esperando a un amigo. Santiago no estaba con él y nunca llegaría: a las 21.50 ya se había tomado un remis para volver a Verónica. Poco antes de las 23, Sebastián se volvió a parar, saludó y dejó el lugar sin compañía.

En la noche, el balneario queda iluminado por unos pocos focos. A la 1:00, ya del 15 de febrero, en la oscuridad, el conductor de un cuatriciclo se sorprendió cuando alumbró de refilón el cuerpo de una persona, que estaba recostado al pie de una palmera, pero llegó a esquivarlo. El conductor prefirió no molestarlo por si dormía. “¡Ey, despertate! ¡Va a crecer el río!”, le recomendó a las 4.30 un puestero que volvía de una fiesta en el salón “El Murallón”, ubicado en la bahía que se eleva en el extremo norte de la playa. Sebastián no respondió. El hombre lo alumbró con su linterna y, pese a la oscuridad, la imagen era clara. La cara ensangrentada, el cuerpo quieto, las manos en los bolsillos.

La máquina de encubrir

Fernanda Nicora estaba desesperada, ya en su cabeza giraban cosas que no encajaban. “Todos en Verónica se conocen, incluso a los policías. Me golpean la puerta a las 13.30 y me dicen que pasó ‘algo muy grave’. No necesité escuchar más… Me conocían. Sabían que soy la madre de Sebastián. Se hacían los que no me conocían. Después de seis horas me avisan que mi hijo estaba muerto”.

El mismo 15 por la mañana, seguía esperando que le entregaran el cuerpo de Sebastián, pero nadie le decía nada. Recién por la tarde pudo saber que la autopsia había arrojado negativo en los exámenes toxicológicos. Según el médico policial autopsiante, de nombre José Daraio, la causa del deceso había sido una “fractura traumática producida por elemento punzante” con el cual había sido golpeado.

Esa misma tarde Fernanda recibió la noticia de que el principal sospechoso era Santiago, el pibe de 15 años, amigo de Sebastián, quien lo había acompañado hasta el balneario, y que según la hipótesis policial se habían peleado o algún problema había existido entre ellos.

Cuando al anochecer volvió a su domicilio, se encontró, para su sorpresa, que alguien había ingresado y le habían dado vuelta toda la casa. La habían allanado. Esa palabra, “allanamiento”, utilizó el conocido y oscuro policía jefe del servicio de calle, Javier Maciel, que envalentonado le explicó que la ex pareja de Fernanda, de nombre Gustavo Coronel y padrastro de Sebastián, había autorizado su ingreso horas antes.

La pesquisa diría que en la pieza de Sebastián encontraron “ropa robada”, pero tiempo después se sabría que esas prendas pertenecían a otra causa.

Para Fernanda, el prontuario de Maciel dejaba bastante que desear, todos en el pueblo de Verónica sabían y decían en voz baja que el policía andaba en cosas raras, en asuntos vinculados al tema drogas, manejos espurios, y hostigamiento a pibes como Sebastián. La zona es tierra de nadie y Maciel se movía como pez en el agua.

Lo extraño era que Coronel y Maciel también se conocían hace tiempo, e incluso se sospechaba de algún vínculo entre ellos que no había terminado muy bien, y que por alguna razón Sebastián era quien la había terminado pagando.

Lo cierto es que Maciel, inmediatamente de hallado el cuerpo de Sebastián se movió con tal soltura que ingresó sin orden judicial a tres domicilios: al de Fernanda, al de Santiago el amigo de Sebastián, y a la habitación de la estancia cercana a la playa del Pericón que el día anterior habían alquilado los dos jóvenes para pernoctar. A este último pudo ingresar sacando las llaves del bolsillo del cadáver. Es decir, tocando el cuerpo y modificando la escena del crimen.

Todo este movimiento policial se realizó con el reaseguro de que la fiscal en turno jamás se inmiscuiría ni plantearía problemas. En efecto, la fiscal del caso, Ana Medina, titular de la UFI 1 de La Plata, jamás se apersonó en el lugar y recién se enteró varias horas después de sucedido a través de una subalterna que encomendó. Por lo que avaló y delegó prácticamente toda la investigación preliminar en la misma policía bonaerense.

El resultado del allanamiento del principal sospechoso, es decir, el menor de 15 años de nombre Santiago, amigo de la víctima, fue el secuestro de un par de zapatillas con restos de arena, con manchas pardo-rojizas. Esas zapatillas fueron a pericia y cotejo. Mientas tanto, fue interrogado por personal policial sin las garantías que el sistema penal juvenil prevé para estos casos. Dado que se trataba de un “no punible”, la precaria acusación venía como anillo al dedo para ganar tiempo, a la espera del resultado del cotejo ADN que había ido a parar a La Plata.

Ese es el tiempo que la causa naufragó en el fuero de menores. Varios meses que –en cierto sentido– le terminó concediendo la fiscal del caso a la policía para seguir plantando pruebas y esconder la verdad de los hechos.

El secreto y las voces

Cuando ocurren hechos de violencia extraños en un pueblo, todos callan. Pero siempre todos saben demasiado. Los murmullos avanzan, se convierten en chusmeríos que se hablan por lo bajo, y construyen un tipo de verdad basada en el rumor (la bemba).

Como caldo de la impunidad: “pueblo chico, infierno muy grande”.

Fernanda Nicora sabía que la Policía manejaba información de antemano. Que desviaba las pistas. Que mentía descaradamente. Que había fraguado el expediente. Todo el pueblo lo sabía.

Había olor nauseabundo por todos lados. Y de eso se hablaba en Verónica, sin decirse en voz alta.

En su casa, su pareja Gustavo Coronel sabía y no le decía nada. Ella lo interrogaba y nada. Coronel (con quien tenían otros hijos) no largaba prenda, pero demostraba un comportamiento extraño. Evidentemente algo sabía; y si sabía, eso se lo iba a llevar a la tumba, porque –en cierta forma– también lo comprometía.

La noche que Fernanda veló a su hijo, las preguntas giraban en su cabeza: “¿Por qué entraron a la pieza que Sebastián alquiló sin el permiso judicial? ¿Por qué ingresaron a mi casa sin el mío? ¿Por qué no preservaron el lugar de los hechos? ¿Por qué culpan a Santiago si no tiene nada que ver? ¿Por qué no encontraron en ningún lugar el bolso y el celular que llevaba consigo Sebastián? ¿Por qué me avisan seis horas después que mi hijo estaba muerto? ¿Por qué no me dejaron ver bien el cuerpo?

Nada encajaba. Pero era esa última pregunta la que más le llamaba la atención y preocupaba. Enterró a su hijo en el cementerio de Verónica sabiendo que el enigma se encontraba en el cuerpo. Estaba segura que la policía había ocultado algo en la autopsia, y no iba a parar hasta conseguir que se hiciera una nueva autopsia.

A 100 kilómetros de la capital provincial, en un pueblo en el medio del campo, todo era más que difícil.

Una madre contra los muros de la impunidad

Los adolescentes en Verónica hacen lo que se hace en los pueblos: escuela, club, plaza, bici, moto. Sebastián se había salteado la secundaria. No era constante, quedaba libre. Pero había prometido retomar en marzo. En el pueblo no tenía problemas con sus vecinos, pero la Policía lo tenía registrado. “Había una persecución del chico mal visto, algo que yo nunca denuncié porque confiaba en las fuerza de seguridad. Sebastián se había mandado sus macanas de adolescente, tenía una denuncia por hurto, pero no había nada que lo lleve a este desenlace”, contaba Fernanda.

Lo primero que hizo entonces es empezar por el pueblo. Sabía que todos callaban, y ese silencio había que quebrarlo de algún modo.

Fue de a poco. Sus amigos la ayudaron a levantarse. Mientras la causa dormía en el despacho de la fiscal Medina, ella aprendía a moverse. A caminar. A correr.

Su empleador, el dueño de una estación de servicio; un poco por lástima y otro poco por compromiso con el caso, le dio una suerte de licencia sin dejar de pagarle el salario. Algo que realizó hasta último momento.

Lo primero que hizo Fernanda fue hablar con cuatreros, prostitutas, ex presos y algunos policías que sabía le podían dar información de primera mano. Todos hablaban de las redes de narcotráfico de la zona, y conducían de algún modo al policía de apellido Maciel, quien manejaba ese territorio desde hace tiempo.

Manejar el territorio, en la jerga de la Bonaerense, es controlar la caja de recaudación y mantener el control del delito, reportando a la superintendencia.

El intendente de Verónica, Hernán Yzurieta, un tipo algo progresista que intuía que el caso iba a traer cola, recibió a Fernanda en su despacho. Fernanda sabía que la policía tiene margen de maniobra, pero que hay cosas que no se hacen sin cierto conocimiento del intendente, y eso se lo dijo en la cara. Con total soltura le dijo que no se podía hacer el boludo, que no iba a parar hasta que se supiera la verdad de lo que pasó con Sebastián, y –tras cartón– le expuso todas las razones y pistas que conducían a su entender a Maciel y a la policía de la zona, quienes estaban involucrados con el asesinato. Yzurieta, cauteloso, apoyó a Fernanda en sus movimientos.

A los pocos días, las presiones del intendente se hicieron sentir: Maciel fue trasladado de jurisdicción, y ya no se lo vio más por el pueblo.

Para ese entonces Fernanda creía en una trama de drogas y que habían utilizado a Sebastián de alguna forma como carnada, y que él no se había prestado o los había mejicaneado; pero lo cierto es que el asesinato de su hijo era la consecuencia de una trama turbia, de un sistema mafioso que lo había hecho víctima.

La seguidilla de casos de adolescentes asesinados

El Colono es un diario de pueblo, que al enterarse del caso y ganar el apoyo de la intendencia comenzó a cubrir los movimientos de Fernanda. Ella juntó amigos y familiares y se fue hasta los tribunales de La Plata, y –luego– a las puertas del diario El Día, que al otro día hizo una breve nota del caso en la sección policiales.

En ese raid por La Plata, la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) también recibió a Fernanda. Enseguida el abogado Roberto Cipriano García (proveniente también de los pagos de Verónica y que conocía a Fernanda) decidió hacer una presentación en el área de derechos humanos de la Procuración para que se impulse la investigación. Pero la causa continuó parada en el fuero de menores, aunque sin imputar formalmente al menor Santiago, amigo de Sebastián, hasta entonces el único sospechoso a la espera del resultado de la pericia de ADN.

Fue en ese momento que tomé intervención en el expediente. Solicité la causa a la fiscal penal juvenil, y corroboré un conjunto de graves irregularidades procesales, pero también patrones de asesinatos similares. Por eso, en paralelo, decidí incluir el caso en una nómina de asesinatos ocurridos entre enero de 2013 y enero de 2014, y que llevé ante la Suprema Corte de Justicia.

Un día después del asesinato de Sebastián Nicora habían asesinado a otro joven, Omar Cigarán, en el barrio Hipódromo de La Plata. La fiscal del caso era la misma: Ana Medina. El comportamiento de la fiscal repetía los patrones: delegar todo en la policía, dudosas autopsias, demora en la actuación, etc.

Para ese entonces en los pasillos de tribunales las habladurías decían por lo bajo que “el mejor momento para limpiar guachos era el momento que estuviera de turno Medina; pues su pareja, un conocido inspector de la DDI, después se encargaba de hacer todo por ella”.

Ante la presentación de la CPM, la Procuración General recibió a los abogados del organismo. Allí mismo la entonces Procuradora María del Carmen Falbo les dijo: “La fiscal está muy agradecida con ustedes… por eso no vamos a apartarla, sino que le vamos a poner instructores para que se dediquen especialmente al caso”.

Con instructores y todo, la causa continuó paralizada.

Fernanda llega a la defensoría

Fue así como tomé contacto con Fernanda, a partir de una nota que me hizo el diario El Colono, en la que realicé un repaso del expediente y lo vinculé a los otros asesinatos. De inmediato recibí la visita de ella a mi despacho en calle 8, y fue para pedirme que la represente como abogado “particular damnificado”.

Asumí su representación una vez que la pericia dio negativa, y el menor de edad Santiago quedó desvinculado como único sospechoso, en tanto la mancha de la zapatilla hallada en el allanamiento (irregular) no coincidía con el ADN de Sebastián. Por lo que el expediente debía salir del fuero de menores y volver –nuevamente– a las garras de la fiscal Medina.

En la presentación que hicimos, entre varias pruebas, solicitamos dos cosas centrales: una audiencia con la fiscal y una nueva autopsia, esta vez en la Asesoría Pericial judicial y con presencia de las partes.

El encuentro con la fiscal Ana Medina

Esto es lo que recuerdo de aquel diálogo que presencié, y que ahora quiero reconstruir a la distancia:

–Fernanda: Necesitamos que disponga la autopsia de nuevo, la exhumación y la nueva autopsia.

–Fiscal Medina: No hay razones ni indicios para suponer que deba realizarse de nuevo, decime Fernanda por qué dudas de la autopsia que ya se hizo…

–Fernanda: Yo no confío en el médico, ni en la policía, ni en ninguno de los que llevaron la investigación. Te pido como mamá de Sebastián me concedas esa prueba, por favor…

–Fiscal Medina: Tráeme una prueba y yo lo dispongo, pero no tengo motivos para rehacerla.

–Fernanda: Sí tenés motivos, los allanamientos fueron irregulares y vos lo sabés muy bien. Maciel ensució la escena del hecho, movieron el cuerpo, se metieron en mi casa, y encima acusaron al amigo de Sebastián como un perejil cuando no tenía nada que ver y la pericia de ADN después de todo este tiempo que te tomaste lo demuestra. Decime ¿Qué prueba vas a disponer? ¿Si durante todo este tiempo no hiciste nada?

–Fiscal Medina: Por el momento estamos evaluando, la causa volvió de menores no hace mucho, y en principio estamos viendo de citar a tomar declaración a algunas personas…

–Fernanda: No me sirve Ana, vos sabés bien que acá hay gato encerrado, lo que pasa que vos no te dignaste a ir a Verónica, mandaste a tu secretaria, te manejabas por teléfono, mi hijo está muerto, lo mataron ¿entendés?, y vos no hiciste nada… a medida que pasa todo este tiempo, no se tomaron las medidas de prueba más importantes (Fernanda llora)… Si yo me hubiese quedado llorando en casa la causa estaría cerrada y Santiago sería el culpable…

–Fiscal Medina: Yo te entiendo mamita, no te pongas así… vos sabés que si me llamas o me escribís yo siempre te voy a atender, ocurre que avanzamos en función de indicios objetivos… El doctor Axat sabe muy bien que yo acá atiendo a todo el mundo y mi criterio es objetivo…

–Fernanda: No entendés, te estoy hablando como la mamá de Sebastián (continúa llorando), no hiciste nada, ¿qué vas a hacer ahora?, nada… necesito que cites a declarar a Maciel y dispongas la nueva autopsia del cuerpo de mi hijo, no te pido nada más, te lo pido por mi hijo, por favor…

–Fiscal Medina: Bueno, eh, déjame ver, eh… doctor Axat le pido que entienda…

Durante la entrevista con la fiscal sentí que Fernanda se imponía. Traté de contenerla y de enmarcar el pedido que ya habíamos hecho por escrito, pero me parecía redundante, era ella la que tenía necesidad de vaciarse, decirle en la cara a la fiscal todo lo que sentía; pues al fin y al cabo, luego de transcurrido todo ese tiempo, Fernanda guardaba una impotencia que tenía que sacarse de encima y así lo hizo.

Al final, la fiscal Medina tuvo que disponer la re-autopsia.

La bala en la sien

En un libro impresionante, escrito por una Madre de Plaza de Mayo, Adelina Alaye (La Marca de la Infamia, 2014), se describe la forma en la que los médicos policiales de las morgues policiales y judiciales de la dictadura fraguaban las autopsias de los cuerpos de personas desaparecidas, que luego eran enterradas en tumbas NN de los cementerios.

Así, en los libros de la morgue, los médicos certificaban decesos “por paro cardiorespiratorio no traumático”, escondiendo el verdadero deceso: “la destrucción de masa encefálica producida por proyectil de arma de fuego”. Es decir, la dictadura sabía que contaba con la complicidad y banalidad del mal de la corporación médica para la “solución final” de miles de desaparecidos ejecutados y enterrados en fosas. Se trataba de esconder y fraguar las causas de la muerte en los registros, certificados y expedientes, para que nadie sospechara el entierro de un cuerpo NN.

Pues en este deporte se entrenó el profesional José Daraio, perteneciente a la estirpe de esos médicos policías de la dictadura, cuando el 10 de octubre de 2014 (un año y ocho meses después del hecho) la Asesoría Pericial de Tribunales llevó a cabo la exhumación y re-autopsia del cuerpo de Sebastián Nicora, y demostró que la verdadera causa del deceso fue “la destrucción de masa encefálica producida por proyectil de arma de fuego”.

Le dispararon de frente y del lado izquierdo. El asesino lo ejecutó a sangre fría, a poca distancia. Por el tipo de orificio, el calibre era símil a un 9 mm.

Todas las sospechas de Fernanda se hicieron realidad con la nueva autopsia. Ahora la fiscal Medina no tenía muchas excusas que oponer. El médico policial Daraio, debía ser imputado por falso testimonio por haber fraguado la primera autopsia, lo mismo que los policías que rodearon la pesquisa.

¿Qué clase de órdenes obedeció Daraio para decir que Nicora murió de un golpe en la cabeza cuando, en realidad, le habían disparado a quemarropa? Todo ese tiempo, la fiscal Medina lo perdió. Pues poco y nada hizo.

Para entonces había algo que parecía quedar en claro: sólo un entramado de peso y espíritu de cuerpo, con la capacidad de incidencia para obstruir la justicia y asegurar impunidad, era el autor del crimen. Una vez más: La Bonaerense.

Quién soporta el dolor de un hijo asesinado

Mi paso por el expediente como abogado de Fernanda tuvo su fin a fines de 2014, cuando decidí dar un paso al costado como defensor penal juvenil luego de ser perseguido por haber actuado junto al Juez Arias en la causa por los fallecidos de la inundación de La Plata (abril de 2013). Aunque mi renuncia al cargo de defensor fue también consecuencia de las presiones y represalias por mis denuncias sobre asesinato/reclutamiento de jóvenes; todo lo cual era motivo suficiente para buscar otros destinos.

Fue así que la CPM me sustituyó y asumió la querella de Fernanda en el expediente. Aunque en la estrategia de la CPM nunca estuvo la idea de apartar a la fiscal Medina, sí logró –con cierta eficacia– llevar el caso a instancias internacionales, impulsar prueba y pedir la elevación a juicio al (ahora ex) médico policial José Daraio, quien se encuentra libre y debe todavía ser juzgado por los delitos de encubrimiento y falso testimonio.

Desde que se cumplió el primer año del asesinato de Sebastián, cada 14 de febrero, Fernanda no dejó de organizar el homenaje-encuentro en la playa “el Pericón” de Punta Indio, en el mismo lugar donde se encontró el cuerpo de su hijo. Para recordarlo y denunciar la situación de impunidad. Allí la apoyaron desde Pérez Esquivel, Rosa Brú, las Madres de Plaza de Mayo… Siempre logró apoyo.

La última vez que la vi fue el 14 de febrero de 2017, estaba ya gravemente enferma y falleció a los pocos días.

¿Quién soporta el dolor de un hijo asesinado? ¿Cómo soportar en el cuerpo el dolor de la impunidad?

Una madre incondicional, un ejemplo de lucha para muchas madres que sufren los estragos de la violencia institucional. Fernanda sola y su alma, desde un pueblito, logró con tesón concitar la atención de muchos. Caminar cielo y tierra. Viajar una y mil veces entre Magdalena, Verónica, Punta Indio, La Plata.

Incansable. Su perseverancia y entrega permitió dar un vuelco en la causa. Demostrar la trama de encubrimiento que llega a la policía bonaerense y que aun sigue impune.

Como otras madres, en el mismo derrotero, en el camino se empoderó y fue pionera en lograr la creación de un área en el consejo municipal para combatir y visibilizar la violencia institucional. Hoy muchos municipios (San Martín, por ejemplo) siguen ese ejemplo.

La causa principal sigue paralizada. Su ex pareja, Coronel (padre de los hijos en común que quedaron), no parece tener interés en darle impulso.

De la justicia platense todavía depende que su memoria no sea en vano.


*Nota reproducida con autorización del autor, el abogado y escritor Julián Axat, publicada originalmente el 21 de febrero de 2021 en ElCoheteALaLuna.com