Por Ricardo Ragendorfer
Tehuel de la Torre, de 22 años, es un joven trans. Y hasta hace un año convivía con su pareja, Luciana Leyes, en la localidad de San Vicente.
Durante el atardecer del 11 de marzo de 2021, ella lo vio salir de la casa que ocupaban en la calle Buenos Aires al 500. Iba hacia la estación de Alejandro Korn, a cinco kilómetros de allí. Tehuel lucía animado por tener una changa en vista: mozo en una fiesta.
Al respecto, solo sabía que dicha labor se la habría conseguido un tal «Luisito». Alguna vez, Tehuel le había comentado que ambos se conocían de una cooperativa de trabajo. Nada más.
Dos días después, don Andrés de la Torre, el padre de Tehuel, atendió una llamada de Luciana en su celular. Ella le preguntó si sabía algo de Tehuel. La respuesta fue negativa. Y tras un pesado silencio, la voz de la mujer sonó quebrada:
–Tehuel se fue el jueves a la tarde, y todavía no volvió.
Ya era la noche del sábado 13 de septiembre.
Hoy, rigurosamente hoy, se cumple un año de su desaparición. Pero volvamos a esos días.
Luciana no tardó en hacer la denuncia en la comisaría 1ª de San Vicente y la causa quedó en manos de la fiscal Marina Guyot, de la UFI local.
La pesquisa tardó casi una semana en reconstruir los pasos de Tehuel. Y fue a través de la geolocalización de su celular. Así pudo probarse que él llegó poco después de las 19:00 del jueves a la estación de Alejandro Korn. Y hasta las 12:00 del viernes, el aparato emitió señales desde una casilla situada sobre la calle Mansilla 1203, en medio de un descampado. Era el hogar de «Luisito».
Se trataba de Luis Alberto Ramos, de 37 años y sin ocupación. Pero sí con un notable prontuario: ya había cumplido una condena por homicidio; también tenía antecedentes por abuso sexual y por tráfico de drogas.
La policía allanó su tapera. Allí parecía estar todo en orden. Pero frente a la vivienda estaba el celular de Tehuel, chamuscado por el fuego, y a pocos cien metros, su camperón azul. El asunto empezaba a complicarse.
Interrogado in situ por los uniformados, «Luisito» se mostró locuaz. En resumen, admitió haberse encontrado con Tehuel en la estación. Y que fueron juntos a su casa. Y que allí le dijo que la changa en cuestión se «había caído». Y que, por esa razón, Tehuel le pidió unos pesos para volver a San Vicente. Y que fueron juntos a un cajero automático. Y que cuando vieron que la cuenta no tenía saldo, se saludaron, antes de que cada uno tomara su camino.
Aquella declaración espontánea fue su pasaporte a la sombra. Porque el registro de su tarjeta de débito no exhibía ningún movimiento, ni las cámaras del banco mostraban que Tehuel y él hayan estado allí. De modo que terminó detenido. Desde entonces, mantuvo los labios sellados.
En consecuencia, el paradero de Tehuel seguía siendo un enigma. Pese a que, en paralelo, hubiera un rastrillaje con 300 policías en los alrededores de la tapera del sospechoso. Tales operativos se repitieron en los días siguientes con la colaboración de la Policía Federal y Gendarmería. No hubo resultados. Por entonces, apenas 13 días después de que Tehuel fuera malogrado, el caso ya tenía una profusa difusión periodística.
Pocos días más tarde hubo una segunda detención, la de un amigote de «Luisito»: el recolector de chatarra Alfredo Montes, de 47 años. Ese sujeto fue arrestado en su casa de calle Frías al 800, a cuatro cuadras de hogar de Ramos. La carátula, «encubrimiento en concurso real con falso testimonio».
La fiscal había llegado a él en razón a que todo el barrio hablaba sobre su férreo lazo de amistad con «Luisito». No eran versiones infundadas. Al ser allanada su vivienda, juró desconocer a Tehuel. Pero ese no fue su día de suerte: en un celular que le secuestraron había una fotografía tomada en lo de Ramos el 11 marzo; allí se lo ve a éste con el chatarrero y Tehuel, los tres en «una actitud distendida, sin nada llamativo a primera vista», según uno de los investigadores. Desde entonces, Montes se plegó al silencio de Ramos.
Dicen que el tiempo que pasa es la verdad que huye. En aquella máxima de la criminología parece haber estado cifrada la estrategia defensiva de esos dos personajes, por recomendación, claro, de sus abogados.
Las semanas se iban convirtiendo en meses. Los rastrillajes proseguían cada vez con más personal y menos resultados. Además de efectivos de otras fuerzas de seguridad, con recursos que abarcaban desde perros rastreadores hasta georadares, a la búsqueda se sumó el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), entre otros organismos especializados. A su vez, el gobierno de la provincia ofrecía una recompensa de dos millones de pesos por datos que pudiesen esclarecer el caso. También fue revisado cada palmo de los basurales del CEAMSE, en Almirante Brown, y del EcoPunto, de San Vicente, sin que se hallara el más mínimo vestigio de Tehuel.
A todo esto, Ramos y Montes persistían en su mutismo.
Pero ello no evitó que, a comienzos de septiembre –o sea, a medio año del inicio de la pesquisa– fuera encontrada una mancha de sangre en la casa de la calle Mansilla que contenía el ADN de Tehuel.
Ello oficializó algo que ya era obvio: los investigadores no buscaban a una persona con vida. Lentamente, llegaba la hora de cambiar la carátula.
Tal medida sucedió a comienzos de noviembre. Desde entonces, Ramos y Montes están procesados por «homicidio en contexto de odio a la identidad de género», una figura plausible aún sin disponer del cuerpo de la víctima. Esta vez la indagatoria se tornó para ellos en algo ineludible.
Pero los dos detenidos llegaron a la sede judicial sin romper su actitud de no aportar un solo dato para saber dónde estaba Tehuel.
«Estuvimos bailando y tomando algo. Pero Tehuel se fue a su casa», fue el arranque testimonial de Montes. Aún así, reconoció la secuencia de hechos y circunstancias probadas por la pesquisa, al igual que Ramos. Y es de resaltar que lo hicieron por separado.
El chatarrero aseguró que su amigo llegó con Tehuel a reclamarle plata que él le debía. Juraba una y otra vez que no mató a nadie. Supo fundamentar eso con el siguiente argumento: «Yo no siento odio de género». Y dijo sobre la víctima: «Pensé que era realmente un hombre».
Ramos se expresó casi con las mismas palabras.
Al finalizar, cuando ellos eran llevados otra vez a su sitio de detención, el abogado de Montes, Gustavo Lastra, proclamó a viva voz:
– ¡Voy a pedir el sobreseimiento de mi defendido!
El próximo capítulo de esta trama será su elevación a juicio. ¿Acaso, además de ser un asesinato de género, el de Tehuel de la Torre fue también un crimen por imitación? Porque esos dos lúmpenes de suburbio efectuaron de modo privado y artesanal lo que, durante los años de plomo, el terrorismo de Estado hacía en gran escala: desaparecer personas.
Fuente: Télam