«Estamos despidiendo a un compañero«, dijo hoy el escritor y actual director de la Biblioteca Nacional, Juan Sasturain, rodeado de trabajadores y trabajadoras de la institución que motorizaron un encuentro para homenajear a Horacio González a horas de su muerte en la explanada del edificio construido por Clorindo Testa, el mismo lugar en el que lo despidieron en diciembre de 2015 después de diez años como director.
Sin el ruido y los cánticos de ese día pero con la emoción y el cariño renovados hacia ese lector, docente y ensayista que supo transformar esa casa en un proyecto de comunidad cultural y política, González fue celebrado por delegados, trabajadores y el actual director lejos de la solemnidad.
Sasturain definió el encuentro como «una reunión de compañeros que hablaron de un compañero muy especial porque Horacio traspasaba barreras, era una de las características propias de su inteligencia y su sensibilidad«.
«Heredé conscientemente. Me apropié salvajemente de los compañeros y amigos de Horacio de esta Biblioteca. Me incorporé a un equipo que era con el que había trabajado con él hacía muchísimos años, el 90% de estas direcciones provienen del riñón de la gestión González, de esa década de trabajo. Soy un surfer que es llevado por toda esta gente. Estos compañeros y amigos nuevos se los debo a Horacio. Todos somos saludablemente deudores del compañero«, expresó el escritor, periodista y guionista.
Pasadas las 16, entre lluvia, viento, paraguas y barbijos se fueron congregando las anécdotas de quienes se animaban a tomar el micrófono para despedir a alguien que «tuvo una gestión siempre abierta a la pluralidad«, según Diego Martínez, delegado de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), quien destacó que González hizo crecer esa casa «desde lo bibliotecológico como en su carácter de espacio para el debate y la difusión cultural«.
Lo llamó «el director compañero, una persona que hacia de su saber una herramienta para imaginar una mejor comunidad de trabajo, un tesoro de nuestro pueblo» entre aplausos y risas cuando contó que el vínculo atravesaba también discusiones y tensiones que se solían desarmar con ironías y suspicacias.
Otro de los que se animó a tomar el micrófono fue Esteban Bitesnik quien leyó un texto sobre la cantidad y diversidad de preguntas que atajaba González cuando llegaba a la Biblioteca e intentaba subir el ascensor hasta el tercer piso, donde estaba su oficina. Ante esas preguntas siempre balbuceaba respuestas, con sus libros y el Página/12 bajo el brazo, evocó el investigador y escritor, curador de varias de las muestras del Museo del Libro y de la Lengua.
A medida que pasaba la tarde, quienes se habían mostrado tímidos al principio se fueron animando a tomar el micrófono. Eso hizo «El gallego», el chofer que relató un viaje a Rosario en el que mientras González leía el diario La Nación, él gritaba porque de un camión empezaba a picar, «cual pelota de rugby«, una rueda. Ante su grito, González bajó el diario y preguntó qué había pasado. Para ese entonces, la rueda había dejado de picar: «Es que este diario no me deja ver la realidad«.
Otro día lo llevó a un acto en el que tiraban al río cenizas del militante John William Cooke: «Horacio se quedó atrás, tiraron las cenizas y el viento traicionero del río las trajo de vuelta y a los que se apuraron por ganar la primera fila se les vinieron las cenizas en la cara. Se dio vuelta y me dijo ‘Ahora son más peronistas que nunca’«, recordó el chofer.
Guillermo David, director de Cultura de la Biblioteca Nacional, contó que en un momento el autor de «Redacciones cautivas» había pensado en la cárcel de Caseros como una nueva sede, que lo obsesionaba la federalización del funcionamiento de la institución, «la más antigua del Estado nacional, la que constituye una memoria troncal«.
«Para él, el tema era el legado que las palabras, transformadas en escritos o no, pudieran dejar. Por ejemplo, la obra de Perón, que fue uno de sus grandes temas, era ante todo su oralidad. Había un misterio de la palabra que él cultivaba en su propia lengua, fue un cultor de la música de la lengua como pocos en Argentina. Pienso en Borges, tal vez en Macedonio«, dijo apenas terminado el encuentro David.
«González es esa herencia de la oralidad en aquellos que tuvimos el honor de compartir unos cuantos años con él. En los últimos años recordaba un texto de Lenin que se llama ‘¿A que herencia renunciamos?’ y siempre había un misterio, a qué parte debemos renunciar de eso, a qué renunciamos sin saber de un autor, cómo es el diálogo actual con los muertos. Para él eso era la literatura, estaba condensada en el género de la elegía, el diálogo imposible con los muertos, que es algo que estamos haciendo hoy«, reflexionó el escritor y ensayista mientras comenzaban a desconcentrarse los presentes.
Al finalizar el encuentro, Sasturain destacó que González «tenía una personalidad muy rica, saludablemente seductora, muy persuasiva y no era nada condescendiente. Ese cóctel es muy difícil de encontrar. Tenemos la suerte de haber compartido un tramo con él» y resaltó: «Fijate que todos hablaron de lo que habían aprendido al cruzarse con él, lo que se habían enriquecido«.
González, fallecido ayer a raíz de una infección intrahospitalaria luego de superar el cuadro inicial de Covid, fue evocado esta tarde en una ceremonia íntima de familiares y amigos cercanos en las instalaciones de la institución de la que se despidió en 2015 diciendo que «una comunidad es un síntoma de libertad, no una forma obligatoria de convivencia«.
«Creo que en estos años formamos ese tipo de comunidad, de hombres y mujeres libres entonces seamos sujetos de nuestro propio destino y no artificios de las pequeñas ambiciones del otro. Saquemos de este momento la fuerza para seguir transformando el mundo y nuestra profesión. Pero nadie transforma ninguna de esas dos cosas si no se transforma a sí mismo«, les dijo a sus compañeros y compañeras, los mismos que hoy se congregaron para celebrarlo.
Por Emilia Racciatti – Télam
Foto principal: Candelaria Lagos